domingo, julio 27, 2008

 

Desnudo



Sí, sí, ya sé que todo el mundo está esperando la crónica del orgullo de Madrid. Es que la agenda de una doctora queer no da abasto en el comienzo del verano con tanto activismo y vida social asociada a nuestro momento ritual preferido del año.

Gracias a los muy criticados cambios de fecha del orgullo madrileño, esta doctora tuvo la oportunidad de reivindicar y reivindicarse por la calle de Alcalá. No llevaba la falta escocesa almidoná, pero sí unos collares monísimos con los seis colores de la bandera LGBT apoyaos en la cadera. Sí, nena, nuestra bandera no es la bandera del arco iris, que tiene siete colores, sino que sólo consta de seis. Parece ser que a Gilbert Baker, la sanfranciscana (¿se llamarán así los naturales de San Francisco?) a la que se le ocurrió la idea, no le quedaban telas de los siete colores o pensó que era mejor un número par para colgarla en las farolas del Castro, el hasta entonces único barrio marica del mundo.

El caso es que la Alexia y yo, que no tenemos derecho a los 400 euros electorales de ZP pero queríamos a toda costa viajar a Madrid, decidimos dedicarnos a la venta clandestina de collares. Si los chinos lo hacen, ¿por qué no nosotras? Por cierto, no puedo resistirme a criticar la medida electoralista de ZP, que beneficia a mucha gente, pero no a las capas más desfavorecidas de la sociedad. Es decir, que Emilio Botín, Amancio Ortega y todos los ricachones, consejeros delegados y directivos del país tienen derecho a que el estado les dé 400 euros para reactivar sus “maltrechas economías” por la crisis inmobiliaria, y las sin sueldo, las precarias, las becarias, las sin techo, las a ver cómo salgo adelante este mes porque no tengo trabajo ni derecho a paro… a nosotras, que nos parta un rayo. Eso sí que es socialismo del bueno.

En fin, y volviendo al petardeo, que es lo que interesa: allá nos lanzamos las dos a las calles de Madrid collares en ristre. Quien no ha estado en Madrid un orgullo a finales de junio a las 6 de la tarde rodeado de miles de personas, no se imagina el calor que puede llegar a hacer en esas circunstancias. Por eso, y para exhibir collares, la que suscribe decidió desde el primer momento quitarse la camiseta.

Los collares los vendimos todos y sacamos para medio billete de avión (¡viva!). Eso sí, casi todos a chicas hetero presentes en la manifestación, que las maricas ya no estamos para estas cosas, las bollos prefieren otros complementos y los heteros -que andaban bien agarraditos a sus novias- no se atreven con tanto color y brillo. De momento.

El caso es que al final de la manifa me encuentro a una amiga que, a pesar de amiga o precisamente por serlo, pasa a hundirme directamente: “¡Qué horror! ¡Ponte la camiseta ya mismo! ¿Cómo puedes ir así? Si estás gordo, blanco, peludo y con las tetas caídas…” ¿Qué creéis que hizo la doctora? ¿Ponerse la camiseta? Pues no, con más orgullo todavía se dedicó a reivindicar el derecho de todos los cuerpos a lucirse por la calle, a no asarse, a sentirse feliz de sí mismo y a mostrar al público presente que, por fortuna, no todos somos musculocas depiladas ni osas descomunales. Hay toda una gama de cuerpos intermedios que también tenemos derecho a existir y mostrarnos.

A estas alturas la lectora dirá ¿Y esto qué coño tiene que ver con el título de la entrada? Pues que como yo me reconcilié con mi cuerpo cuando empecé a hacer nudismo, desde entonces me dedico a hacer apostolado del naturismo entre todas las personas que tienen complejos corporales. No hay nada mejor que ponerte en pelotas en la playa (o en cualquier otro espacio) al tiempo que ves cuerpos desnudos de todos los sexos, edades, tamaños y formas. Entonces descubres que la belleza no está sólo en las y los supermodelos del mundo y, al mismo tiempo, le das a tus tetas, tu culo, tu polla o tu coño la alegría de estar libre y feliz. Aprovecha el veranito y el buen tiempo para luchar contra la opresión de los cuerpos y celebrar la libertad.


domingo, julio 20, 2008

 

Cultura



A la Ministra de Igualdad, Bibiana Aído, la han situado en el centro de la polémica durante las últimas semanas. No tengo el gusto de conocerla y estoy seguro de que hay muchas mujeres (y hombres) mejor preparados que ella para ocupar ese ministerio. Pero, ya se sabe, no son las personas más preparadas en un campo las que llegan a ministros/as.

Aunque la mayoría de los políticos no paran de soltar boutades y tonterías por sus bocas, la pobre Aído no puede abrirla sin que se le echen encima las huestes sexistas de todo el arco parlamentario -sociatas incluidos-, de todos los sexos y de todas las orientaciones sexuales.

Su penúltimo “escándalo” le ha venido dado por decir algo que cualquier antropólogo o turista avezado conoce: que las mujeres son las que cargan con el peso de la identidad cultural y que, normalmente, esa identidad cultural las sitúa en una posición de discriminación y subordinación respecto al hombre. El problema parece venir del hecho de que ella ha ejemplificado su afirmación con el velo que deben portar las mujeres musulmanas.

Está claro que las mujeres occidentales también sufren cotas escandalosas de discriminación de género que no deberíamos dejar de denunciar y que, cómo no, también se apoyan en concepciones culturales sobre lo que significa ser hombre o mujer: violencia de género, desigualdad de salarios, mayores cargas laborales en el hogar, control de sus cuerpos (no mostrar el pecho, depilarse, adelgazar…). Eso no obsta, creo yo, para que no se denuncien las situaciones de discriminación que se producen en nombre de la cultura y en otras culturas.

Las referencias a “la cultura” se han convertido en el principal argumento para frenar el avance de los derechos de las mujeres en todo el mundo. Desde un mal entendido “multiculturalismo progre” se corre el riesgo de llegar a un relativismo cultural que presenta cuestiones como el tener que cubrir el cabello con un velo como una opción personal. Efectivamente, es la misma “opción personal” que obliga a las mujeres occidentales a cubrirse el pecho y a las afganas a llevar burka. Está claro que a las mujeres de todo el mundo -y a los hombres- nos queda mucho para liberar nuestros cuerpos, pero también está claro que unos están más libres que otros: si Afganistán tuviera mar no sé si habría muchas posibilidades para aquellas personas que optaran libremente por hacer nudismo.

Y, ojito, que esos mismos argumentos culturalistas son los que se están utilizando en los foros internacionales y nacionales contra el reconocimiento de los derechos sexuales de lesbianas, gays, bisexuales y trans. Aunque detrás de esos argumentos culturales sólo hay un intento de disfrazar un sustrato religioso: las mujeres en Indonesia llevaban el pecho al aire a principios del XX y ahora forma parte de “su cultura” taparse el cabello. ¿Quién dice cual es “su cultura”? ¿Por qué motivos no se podría cambiar esa cultura si genera situaciones de discriminación?

Lo mismo ocurre con la homosexualidad, aceptada por numerosos pueblos previamente a la colonización occidental (en Japón, Latinoamérica, e incluso en el mundo árabe), que hoy se presenta por parte de los países fundamentalistas religiosos -musulmanes y cristianos sobre todo- como una especie de invasión de las malas costumbres occidentales.

Hay que recordar que la mayoría de los 86 países que persiguen de un modo u otro la homosexualidad en el mundo son musulmanes. ¿Significa eso que el Corán es más homófobo que la Biblia? No. Significa que, como dice Daniel Borrillo, en buena parte de los países de tradición cristiana, gracias a la ilustración y los derechos humanos, los movimientos laicos han permitido contrarrestar el poder religioso en la vida política. Algo que ahora mismo no ocurre en muchos lugares del mundo y que desgraciadamente se encuentra en peligro en nuestro propio país. Las resistencias al matrimonio homosexual por parte de la iglesia católica no son más que un ejemplo de ello.

En definitiva, que los derechos humanos de cualquier persona -lo que incluye a las mujeres y a LGBT- están o deberían estar por encima de los vaivenes de la religión, la tradición, la costumbre y la cultura. Y me doy el lujazo de cerrar suscribiendo esta cita de la ministra Aído: “las prácticas culturales que vulneran los derechos humanos y promueven la desigualdad de las mujeres [y de LGBT, añadiría yo] deben ser sometidas a crítica y se deben arbitrar los instrumentos necesarios para eliminarlas”.

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