domingo, julio 30, 2006

 

Injuria



A pesar de la diversidad de identidades, de formas de entender o vivir la sexualidad y las opciones u orientaciones sexuales, hay algo que tienen en común todas las personas que tienen sexo con otras personas de su mismo sexo (es decir, gays, lesbianas y bisexuales de cualquier parte del mundo), es lo que Didier Eribon llama "el horizonte de la injuria" en su libro "Reflexiones sobre la cuestión gay:

"En el principio hay la injuria. La que cualquier gay puede oír en un momento u otro de su vida, y que es el signo de su vulnerabilidad psicológica y social. [...] El insulto me hace saber que soy una persona distinta de las demás, que no soy normal [...] ... descubro que soy una persona de la que se puede decir esto o aquello, a la que se puede decir tal o cual cosa, alguien que es objeto de miradas, divagaciones, y al que esas miradas y divagaciones, estigmatizan. [...] El que lanza el ultraje me hace saber que tiene poder sobre mí, que estoy a su merced. Y ese poder es, en principio, el de herirme."

Cuando leí estos párrafos me dediqué a preguntar a mis amigos gays y lesbianas más cercanos si ellos habían vivido alguna vez experiencias de injuria. Ricardo me habló de cuando se volvía a casa llorando después de que sus compañeros le tirasen objetos o papeles y le insultasen en el bus escolar; Kike recordó aquella vez que, tras despedirse de su novio José en el metro, un grupo de chicos le persiguió con amenazas; Octavio me contó de cómo un profesor le llamó maricón delante de toda la clase y le expulsó; Ángel de los insultos que recibía en las calles de su ciudad; Inma del rechazo de su madre cuando le habló de su novia... y así una historia detrás de otra. Yo ya conocía agresiones a amigos y amigas gays y lesbianas, incluso las había vivido en carne propia en forma de insultos por las calles o un amago de atropello, pero es difícil describir aquí el impacto y dolor que produjo en mí saber que Eribon tenía razón al escuchar en boca de todos y cada uno de mis amigos y amigas diferentes historias que no quisiera que hubieran ocurrido jamás.

Este curso recién terminado hemos hecho una investigación sobre adolescentes no heterosexuales entre la Comisión de Educación de COGAM y el Departamento de Antropología Social de la UAM y volví a sorprenderme, una vez más, con relatos de acoso homófobo, insultos, agresiones, palizas y exclusión. No eran historias del pasado, sino lo que les está ocurriendo hoy mismo a chicos y chicas entre 13 y 18 años en nuestros institutos, en nuestras calles, con sus familias... La agresión a una pareja de chicos la semana pasada en la piscina de la Elipa parece que comienza a poner, ya era hora, la cuestion de las agresiones homófobas como un problema social que hay que combatir entre todos: homo, bi y heterosexuales; asociaciones, estado y cada uno en nuestra cotidianeidad.

Uno de los discursos más repetidos cuando se plantea el tema de la violencia homófoba es que se exagera la cuestión, pero de nuevo conviene releer a Eribon:

"sé que me expongo a la incredulidad de los lectores heterosexuales. Como no han reflexionado nunca sobre estas cuestiones o, lo que es más fundamental, sobre todo si son hombres –y hombres blancos y cristianos del mundo occidental (es sin duda distinto para las mujeres o para los hombres negros, judíos o árabes)–, como nunca han afrontado la violencia y la injuria, pensarán que en lo que digo hay una cierta exageración"

Para cerrar, os recomiendo disfrutar de este video de Sigur Ros en el que se aprecian claramente los dos componentes claves de la violencia homófoba: no permitir que nos escapemos de lo que se supone que tenemos que hacer como hombres o mujeres y no permitir que nos salgamos de la heterosexualidad.




¡Feliz verano! La doctora queer, de momento y por prescripción médica, no se toma aún vacaciones.


domingo, julio 23, 2006

 

Chueca



Hay que ver qué mal visto está esto de ir de fiesta por Chueca. ¿O quizás es que viste mucho y bien eso de decir que uno no sale por Chueca? A aquellos que les gusta pensarse especiales a base de no hacer lo que hace la mayoría, les hace sentirse mejor porque parece darles a sí mismos una pátina de exclusividad que a veces disfrazan de pionerismo: "yo antes salía por Chueca, cuando era un foco de camellos, pero ahora ya no..."

Todavía recuerdo los anuncios del segundamano en los que se pedía conocer a gente que estuviera “fuera del ambiente”. No entendía el porqué. Yo pensaba que lo mejor sería conocer a gente que estuviera en el ambiente para que me lo enseñara. Nunca llamé a nadie del segundamano (excepto una vez en Huelva cuando César y yo buscábamos un sitio de ambiente y se nos ocurrió eso como fallido último cartucho), pero creo que no han cambiado tanto las cosas cuando en el
bakala siguen apareciendo perfiles en los que hay maricas que todavía en el siglo XXI siguen demandando algo así como: “abtenerse gente que salga por Chueca”.

Y es que Chueca se ha convertido el compendio de todos los males, no sólo para homófobas peperas o de capilla, sino también para muchas maricas. Las marimodernas indies presumen de que ellas jamás pisan Chueca, aunque se pasen las horas muertas en el Gris y se debatan en eternas discusiones sobre si el Ochoymedio está en Chueca o no. ¿Pero no se hacía allí hace mil años el Shangay Tea Dance de los domingos?

Las maricas alternativas juran y perjuran que ellas siempre han sido más de Lavapiés: La Lupe, Mojito, Querelle o cualquiera de los antros, chill-outs o sitios guarros del barrio fetén del foro. Las anarkoqueen (término muy acertado acuñado por Kika), escriben en las paredes aquello de “no más Chuecacrestas”, como si las crestas fueran de su patrimonio privado o se devaluaran porque las usaran las maris de barrio que los fines de semana tomamos el centro al asalto.

Las maricas intelectualas critican el impuesto revolucionario que nos obligan a pagar allí por tomar una cerveza (como si las copas hetero de Alonso Martínez o Huertas fueran mucho más baratas), el euro rosa, el gheto, la uniformización del ambiente y las dictaduras de los cuerpos de gimnasio.

Hay quien identifica Chueca con pluma. Como las bakalas, las letheronas y las osas… Ellas, por supuesto, reniegan de Chueca henchidas de plumofobia (dícese de la aversión irracional hacia el amaneramiento femenino de las maricas varones o masculino de los bollos mujer). Esas identidades hipermasculinas les impiden sonrojarse cuando dicen o escriben sin ningún pudor: “yo no tengo nada en contra de la gente que tiene pluma pero, por favor, si tienes pluma abstente de entrarme, hablarme, mandarme un mensaje, etc.” A las lesbianas les pasa lo mismo: puedes ser bollo, pero que no se te note mucho. Y, por supuesto, cuanto más lesbiana de pintalabios seas, más éxito tendrás. La plumofobia… ese tema que da tanto de sí pero que de nuevo queda postergado para otro post.

Los bollos y maricas foráneas que vienen de visita a Madrid, siempre-siempre, terminarán criticando Chueca: que si es muy caro (es verdad), que si hay mucha pose (es verdad), que si mucha reina (es verdad), que es muy cutre (es verdad)… Pero, no os engañéis, en cada ciudad con ambiente, siempre habrá un lugar desdeñado por la reina que todas llevamos dentro.

Yo aquí reivindico Chueca: porque Chueca me hace pensar en mis amigos y amigas, porque allí he pasado algunos de los momentos más divertidos de mi vida y porque me he bebido muchas historias en sus plazas y en sus bares. Si te apetece quedamos para tomarnos algo sentados en cualquiera de sus aceras de enfrente.


domingo, julio 16, 2006

 

Cuidado


Recupero la dominguera costumbre del blog después de haberme recuperado un poco del ingreso hospitalario. Como no podía ser de otra manera, hoy voy a escribir sobre la enfermedad. Bueno, mejor dicho, sobre el cuidado.

En todo el debate sobre el matrimonio homosexual uno de los principales argumentos para su aprobación era que el amor es lo que define el matrimonio, una gran mentira que nos gusta creernos a todos, independientemente de nuestras opciones sexuales. Históricamente la gente se casaba por otras cuestiones mucho más materiales y legalmente en ningún sitio está escrito que un matrimonio sea por amor. Eso sí, si eres extranjero, te quieres casar con tu novio y te llama el juez -como le ha pasado a mi amigo A.- para comprobar que no estás pretendiendo colar un matrimonio de conveniencia, tendrás que convencerle de lo mucho que quieres a tu novio y de lo enamoradísimos que estáis los dos. El caso es que en folletos de asociaciones de gays y lesbianas, en cuentos sobre diversidad familiar, en los discursos de diputadas en el congreso, nos venían a decir que lo que define una familia es el amor.

Justo antes de mi mala pata, estuve participando en una investigación en Getafe sobre familias. En el folleto que editó el Ayuntamiento, abarcaban la diversidad de familias diciendo que todas tienen "un denominador común, son cuidadoras". Bonerman conecta el parentesco con los procesos de
cuidar y ser cuidado. Así que en todas estas disquisiciones sobre el cuidado me he visto yo en estos días: todo el mundo diciéndome que ahora me toca dejarme cuidar y yo pasándolo fatal porque al principio hasta para ir a mear necesitaba ayuda.

Si en otro post hablaba de los rituales que marcan lo que es una pareja, una enfermedad hace que cualquier relación dé unos cuantos pasos de gigante en su nivel de compromiso: tu novio te lleva a urgencias y es el que te despide en la puerta del quirófano y el que recibe la información del médico al lado de tu padre; cuando vienen las visitas a casa, tu novio se encarga de recibirlas, de servirles un refresco y de despedirlas en la puerta; dependes de tu novio para casi todas tus necesidades... Total, que al final has tenido que hacer una presentación forzosa en sociedad de tu novio a toda tu familia cercana y lejana que ha venido a visitarte, a tus padrinos, a tus amigos, a tus compañeros de trabajo... Y ni siquiera hace falta que lo presentes como tu novio, porque todo el mundo sabe que fue él quien se quedó a dormir contigo la primera noche en el hospital. Y de repente, sientes que tienes para con él una deuda que no vas a poder pagar en mucho tiempo, a no ser que a él le ingresen en el hospital, cosa que obviamente deseas que no ocurra jamás.

Luego está la familia, que no puede fallar en caso de enfermedad y con quienes puedes contar incondicionalmente. A tus familiares es a los que menos te cuesta pedirles que te quiten la mesa o te limpien el baño y los que siempre van a "estar ahí" para cualquier cosa que necesites, por nimia, engorrosa o estúpida que parezca. Al fin y al cabo la familia es como un banco de cuidados: cuando necesites ser cuidado estarán ahí, y tú cuidarás de ellos con la misma logica no explícita. Yo me encuentro ahora con números rojos y creciendo, pero no me importa, porque hoy soy más consciente que nunca de lo dependientes que podemos llegar a ser y de lo importante que es recibir una visita, un correo, un mensaje o una llamada que te distraiga o anime, que alguien te ofrezca hacerte la compra o llevarte en coche, o que te ayuden a mover una silla.

Llego así a las amistades, nuestro último colchón de cuidado. A mi me encanta cuando en estos días mis amigos y amigas me dicen aquello de que cuente con ellos para cualquier cosa. Como tengo novio y familia cerca, no les pido casi nada, pero qué reconfortante es saber que también estarían ahí si los necesito.


Todo esto, claro, viene construido e incorporado con los sentimientos: porque me quieren me cuidan y por eso les quiero más. Sí, estar enfermo es un rollo, pero sirve para sentirte amado y querido y por eso, quizás, nos gusta pensar que el amor es el cemento de las parejas, los matrimonios, las amistades, la familia...


domingo, julio 02, 2006

 

Con la pata quebrá


Hoy tenía pensado hablar de "cuerpos", pero el mío me falló ayer durante la mani del orgullo y acabé en el hospital. Me he roto el tendón de aquiles: ahora estoy de alta en casa, pero me operan este martes por la mañana y estaré unos meses sin poder caminar normalmente (escayola hasta la ingle primero, desde la rodilla después, rehabilitación diaria unas semanas más...). En fin, que me tomo la baja médica. Seguro que pronto retomo la bitácora, porque me pasaré muchas horas frente al ordenador. ¡Falta me hacía!

Algo positivo en medio de esta mini-desgracia fue tener a mis amigos, a mi familia y, sobre todo, a mi novio, todo el rato pendiente de mi. Y qué bien me trataron en la Seguridad Social. ¡Viva la sanidad pública y universal!

Como siempre una recomendación final: si tienes 35 años, no saltes demasiado -especialmente a la comba- porque romperse el tendón de aquiles es bastante jodido.

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