domingo, septiembre 28, 2008
Hermanas
Después de un verano de relax y desconexión total -de la que no si ha librado ni la doctora- aquí estamos de nuevo con ganas. A pesar del título, no voy a escribir sobre el parentesco ficticio que se establece entre las amigas maricas que deciden llamarse entre ellas “hermanas” sin que medie ningún tipo de consanguinidad, eso queda para otra ocasión. ¡Hay tantos temas que van quedando en el tintero de la doctora para otra ocasión...!

Ya desde Stonewall, el 28 de junio de 1969, han sido tradicionalmente las trans y las drag-queens las que han llevado siempre la bandera de la revolución marica y de la liberación sexual. El petardeo comprometido de las maricas con causa encuentra su máxima expresión hoy entre estas hermanas. Al parecer, todo surgió a finales de los 70 y principios de los 80 en San Francisco cuando a unas locas se les ocurrió salir durante la Semana Santa vestidas de monjas-drag-queen para provocar al personal. Volvían a utilizar el atuendo monacal cuando participaban en cualquier tipo de manifestación, por ejemplo contra la energía nuclear, y acabaron montando la congregación actual con lo camp (petardo) como mandamiento principal.

Durante la visita de Juan Pablo II a San Francisco en 1987 le hicieron un exorcismo masivo por su condena de la homosexualidad y para limpiar el daño y la culpa que la iglesia católica instiga hacia las personas homosexuales. Desde entonces, si te unes a esta congregación, pasarás a ser un hereje y estarás excomulgado del catolicismo (¡de veras!). Así que, ya sabes, si quieres apostatar y tu diócesis te pone trabas, unirte a las Hermanas de la Perpetua Indulgencia puede ser un camino más fácil. Antes sólo había hermanas maricas, pero desde hace tiempo la orden está abierta a todos y todas: hombres, mujeres, intersexuales, heteros, queers, pendonas, a quienes se lo están pensando, bollos, bi…
Estas hermanas hacen votos por la visibilidad y contra la vergüenza que el estigma heterosexista coloca sobre todas aquellas personas que se salen de las normas de género o de la sexualidad heterosexual. Es decir, hacen un voto de lucha contra la homofobia. Como otro de sus votos apuesta por el disfrute, el placer y el humor como formas de lucha, dicen no estar en contra de la religión ni de la fe, pero sí denuncian la intolerancia, el odio, la hipocresía y la culpa que se inculca desde la jerarquía de la iglesia.


Las mismas huestes homófobas que disfrutan contando chistes de monjas guarrillas o se visten de ídem al primer carnaval que se les pone a tiro, no dudan en calificar este tipo de acciones como irrespetuosas o irreverentes, pero no olvidemos que precisamente de eso se trata, de poner de manifiesto el gran daño que han hecho y siguen haciendo las jerarquías de las religiones a muchas personas que se salen de la norma sexual. Y de pasarlo bien al mismo tiempo, claro.


